Biblioteca Ignoria

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Recortes literarios - Una antología

16 abr 2024

Giorgio Manganelli - La ciudad

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Giorgio Manganelli - La ciudad

La ciudad es extremadamente pobre. Hace tiempo que sus habitantes han renunciado a modificar su propia condición, y viven una vida solitaria, cerrada, taciturna. Lentamente, la población disminuye, no ya porque alguno emigre —a nadie se le ocurre ir a «hacer fortuna», como se dice— sino porque los muertos no son sustituidos; si nace un niño, cosa que es muy rara, es ofrecido a las ciudades vecinas, donde se encuentra alguien que lo adopta. Las casas son viejas y están construidas con material que ya comienza a revelar los indicios de una continua y desde hace poco tiempo acelerada decadencia. No existen reales y auténticos trabajos, sino, de vez en cuando, a un cierto número de habitantes se le ordena transportar algunas piedras —tres, cinco— de una calle a otra. Si hay cinco piedras, acuden diez ciudadanos, y cada uno de ellos efectúa la mitad del recorrido; son pagados con monedas desgastadas, ilegibles, que no tienen curso en ninguna ciudad. No pocas veces las pierden, ya que en la ciudad no hay nada para comprar. Viven del miserable producto de los huertos cultivados por gente que no sabe y a la que no le gusta cultivar los huertos. Poseyendo esos huertos, nunca, o casi nunca, salen a la calle. Tienen la impresión de que, sea cual fuere el tiempo, está a punto de llover. No existen sastres, y las ropas se deterioran lentamente, pero dado que la utilización que se hace de ellas es mínima, bastarán hasta la total extinción de la ciudad. El origen de tanta miseria es desconocido. Tal vez deba ser atribuido a unas desordenadas crisis religiosas, terminadas en una mortal desorientación. O bien a una red de contemporáneas desilusiones amorosas, que aisló a hombres y mujeres, y empujó a algunos a la soledad, y a otros a matrimonios sin deseo y sin amor. En esta ciudad hace años que nadie se enamora, y aunque, en las largas horas vacías, se lean libros de amor, la cosa es considerada como un juego deshonesto. Al comienzo acudieron a visitar la ciudad equipos de estudio, para entender el mecanismo de tan increíble miseria. Fue enviado un circo que durante dos días actuó, gratuitamente, en la plaza de la ciudad. Acudió un solo hombre, un sordo que tenía la impresión de que se trataba de una ceremonia fúnebre-religiosa. Los restantes ciudadanos permanecieron encerrados en sus casas, sufriendo intensamente por aquellos fragores lujosos. No puede decirse que esperen su propio fin y el de la ciudad; saben oscuramente que ellos son el final.

En Centuria, cien breves novelas-río

Traducción: Joaquín Jordá

15 abr 2024

Isaías Garde - Lectura y comentario del relato "Vendrán lluvias suaves" de Ray Bradbury

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14 abr 2024

Thomas Bernhard - A la inversa

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Thomas Bernhard - A la inversa

Aunque siempre he odiado los jardines zoológicos y me han parecido realmente sospechosas las personas que visitan esos jardines zoológicos, no pude evitar ir una vez a Schönbrunn ni, por deseo de mi acompañante, un profesor de Teología, detenerme ante la jaula de los monos, a fin de observar a esos monos, a los que mi acompañante dio de comer comida que guardaba con tal fin. El profesor de Teología, un antiguo compañero de estudios que me había invitado a ir con él a Schönbrunn, había dado al cabo de un rato a los monos toda la comida que llevaba cuando, de pronto, los monos, por su parte, se pusieron a recoger la comida esparcida por el suelo y a dárnosla a través de la reja. El profesor de Teología y yo nos asustamos tanto del repentino comportamiento de los monos que, al instante, dimos la vuelta y abandonamos Schönbrunn por la salida más próxima.

En El imitador de voces

13 abr 2024

Jorge Luis Borges - El compadre

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Jorge Luis Borges - El compadre


Hombre de las orillas: perdurable.

Estaba en el principio y será el último.

Estará donde un trágico boliche,

Sin revocar, humilde y colorado,

Ante el vértigo inmóvil de los huecos

Aventura su caña y su baraja;

Estará donde un hombre de voz áspera,

Al compás de seis cuerdas trabajosas,

Frangolle con desdén una milonga

Más trivial y modesta que el silencio,

Pero que hable de vida, tiempo y muerte;

Estará donde el último retrato

De Yrigoyen presida austeramente

El vano comité que clausuraron

Con rigor las virtuosas dictaduras,

Negando al pobre el ínfimo derecho

De vender la libreta del sufragio;

Estará donde esté el despedazado

Suburbio, los calientes reñideros

Donde giran los crueles remolinos

De acero y aletazo, grito y sangre.

Mientras haya un clavel para la oreja

Del cuarteador; mientras perdure un tango

Que sea feliz y pendenciero y límpido;

Mientras, desde la altura del pescante,

El carrero gobierne taciturno

El lento río de los tres caballos,

Y mientras el coraje o la venganza

Prefieran al revólver tumultuoso

El tácito puñal, estará el hombre.


Oscuro y lateral, vivió sus días.

Se llamó Isidro, Nicanor, Amalio.

Admitió sin asombro los rigores,

El goce, la traición (ajena o propia).

Intuyó que a la larga son iguales

La precaria costumbre de la dicha

Y la costumbre que se llama Infierno.

En los días pretéritos fue el hombre

De Soler, de Dorrego, de Balcarce,

De Rosas y de Alem; fue siempre el hombre

Que se juega por otros hombres, nunca

Por una causa abstracta; fue el anónimo

Que se desangra en el barrial, vaciado 

El vientre a puñaladas, como un perro. 

(Murió en el Paraguay; murió en los atrios; 

Murió la numerada muerte pública

Del hospital; murió en los pendencieros 

Burdeles de Junín; murió en la cárcel; 

Murió al margen del turbio Maldonado; 

Murió en los carnavales de Barracas; 

Murió en los carnavales, con careta.)


Cesan los versos. La epopeya sigue

En Gerli, en el Rosario, en Ciudadela.

Los prontuarios registran el retrato

De un enlutado de mirada aviesa.

La sangre silenciosa del indígena

Perdura en él. Prefiere la ironía

Al insulto, el rencor a la esperanza.

Las noches de la dársena y del hueco,

Las albas que desolan y denigran,

Lo verán acechar, sexo y cuchillo.

11 abr 2024

Juan José Saer - Cónsul

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Juan José Saer - Cónsul

Todo hombre es como el cónsul de alguna patria que lo ha olvidado. Sabe, confuso, que se espera de él alguna tarea, pero su conocimiento imperfecto lo inmoviliza. Sus actos se vuelven gestos vacios; sus viajes, errabundeo. Inciertas, las conversaciones lo dejan sucio de palabras. Intuye que tiene que estar aquí y en ninguna otra parte, pero, si sabe más o menos cómo llegó, ignora por qué. Si lo supiese, sus actos se volverían rápidos y verticales, sus trayectorias, seguras y transparentes, como líneas imaginarias. No andaría atravesando, por el olvido del lugar familiar, el día extraño con su peso de incertidumbre y de vacilaciones.

En A Renzi


10 abr 2024

Fernando Pessoa (Álvaro de Campos) - Llueve mucho...

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Fernando Pessoa (Álvaro de Campos) - Llueve mucho...


Versión: Isaías Garde


Llueve mucho, llueve excesivamente...

Llueve y de vez en cuando hay viento frío...

Estoy triste, muy triste, como si el día fuese yo.


En un día de mi futuro en que también llueva así

Y yo en la ventana de pronto me acuerde de este día,

Pensaré "ah, en aquel tiempo yo era más feliz"

O pensaré "ah qué tiempo triste aquel"

Ah, Dios mío, ¿qué pensaré de este día en aquel día

Y qué seré, de qué manera; o qué será para mí ese pasado que hoy es solo presente?

El aire está más destemplado, más frío, más triste

Y hay una gran duda de plomo en mi corazón...


Chove muito, chove excessivamente...


Chove muito, chove excessivamente...

Chove e de vez em quando faz um vento frio...

Estou triste, muito triste, corno se o dia fosse eu.


Num dia no meu futuro em que chova assim também

E eu, à janela de repente me lembre do dia de hoje,

Pensarei eu «ah nesse tempo eu era mais feliz»

Ou pensarei «ah, que tempo triste foi aquele»!

Ah, meu Deus, eu que pensarei deste dia nesse dia

E o que serei, de que forma; o que me será o passado que é hoje só presente?...

O ar está mais desagasalhado, mais frio, mais triste

E há uma grande dúvida de chumbo no meu coração...

9 abr 2024

Friedrich Schlegel - Fabricante

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Friedrich Schlegel - Fabricante

A menudo la gente cree que las comparaciones con la industria denigran a los autores. ¿Pero acaso un verdadero autor no debe ser también un fabricante? ¿No debe dedicar toda su vida a la empresa de dar a una materia literaria unas formas que, en un sentido más elevado, tienen su finalidad y su utilidad? ¡Cuán deseable sería que algunos ineptos tuvieran aunque fuera un ápice del celo y la escrupulosidad a las que apenas prestamos atención en el uso de las herramientas más comunes!

Silvina Ocampo - Lecciones de la metamorfosis

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Silvina Ocampo - Lecciones de la metamorfosis

Nube que miras en lo alto del cielo

mi condición humana y modificas

las formas de tu cuerpo y de tus caras:

si alguna vez he visto deshacerse

tu cuerpo de caballo o de sirena,

tus ojos y tu pelo cruel de Erinia,

tus vírgenes perdidas con un ángel

entre las sombra de una playa inmensa,

el velero que se hunde en la tormenta

o un frágil ciervo entre las rosas de oro

de un antiguo poniente indescifrable;

si alguna vez he visto desmembrarse

un reino donde no gobierna nadie,

un templo en que quedaron misa rodillas

prosternadas al pie de un muro blanco,

tan blanco que hasta el sol pierde su faz,

sabrás que sos mi lecho cuando duermo,

que tus lecciones de metamorfosis

he querido seguir hasta la muerte

entregándote toda mi esperanza.

7 abr 2024

César Vallejo - Trilce, poema LXXV

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César Vallejo - Trilce, poema LXXV

Estáis muertos.

Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.

Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora cafa de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.

Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.

Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.

Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.

Estáis muertos.


6 abr 2024

Carlos Drummond de Andrade - De la mano

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Carlos Drummond de Andrade - De la mano

Versión: Isaías Garde


No seré el poeta de un mundo caduco.

Tampoco cantaré al mundo futuro.

Estoy atado a la vida y miro a mis compañeros.

Están taciturnos pero nutren grandes esperanzas.

Entre ellos, considero la enorme realidad.

El presente es tan grande, no nos alejemos.

No nos alejemos mucho, vayamos tomados de la mano.


No seré el cantor de una mujer, de una historia,

no hablaré de los suspiros al anochecer, del paisaje visto desde la ventana,

no distribuiré estupefacientes ni cartas de suicida,

no escaparé a las islas ni seré raptado por serafines.

El tiempo es mi materia, el tiempo presente, los hombres presentes,

la vida presente.


Mãos Dadas


Não serei o poeta de um mundo caduco.

Também não cantarei o mundo futuro.

Estou preso à vida e olho meus companheiros.

Estão taciturnos mas nutrem grandes esperanças.

Entre eles, considero a enorme realidade.

O presente é tão grande, não nos afastemos.

Não nos afastemos muito, vamos de mãos dadas.


Não serei o cantor de uma mulher, de uma história,

não direi os suspiros ao anoitecer, a paisagem vista da janela,

não distribuirei entorpecentes ou cartas de suicida,

não fugirei para as ilhas nem serei raptado por serafins.

O tempo é a minha matéria, o tempo presente, os homens presentes,

a vida presente.

Thomas Bernhard - Amor verdadero

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Thomas Bernhard - Amor verdadero

Un italiano, que posee una villa en Riva, a orillas del lago de Garda, y puede vivir muy bien de las rentas del capital que le dejó su padre, ha vivido los últimos doce años, según escribe La Stampa, con un maniquí de escaparate. Los habitantes de Riva cuentan que, las tardes templadas, observaban cómo el italiano, que al parecer estudió Historia del Arte, se embarcaba con ese maniquí en una embarcación de lujo cubierta con una cúpula de cristal, situada no lejos de su villa, para navegar con su maniquí por el lago. Cuando, hace años, fue calificado de inmoral en una carta de lector dirigida al periódico que se publica en Desenzano, solicitó en el registro civil competente contraer matrimonio con el maniquí, lo que, sin embargo, le fue denegado. También la iglesia rechazó su matrimonio con el maniquí. En invierno deja regularmente el lago de Garda, hacia mediados de diciembre, y se va con su amada, a la que conoció en un escaparate en París, a Sicilia, donde se aloja siempre en el famoso Hotel Timeo de Taormina, para escapar del frío que, en contra de todo lo que se dice, es también insoportable en el lago de Garda todos los años, desde mediados de diciembre.

En El imitador de voces

5 abr 2024

Juan José Saer - Oda a Juan L. Ortiz

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Juan José Saer - Oda a Juan L. Ortiz

Para tocar el cielo, mi amigo, deberemos buscar su compañía

en un espacio azul de piedra cálida en el tierno invierno

ebrios y ecuánimes bajo la danza fría y curva de junio.


Más allá de la poesía (rama fatal) da comienzo el nombre suyo,

pasible de amor: en el abismo retrocede la duda,

la estrecha oscuridad padece al mismo tiempo la santidad y el olvido.


Ramas emergen de los caminos de su rostro, oh camarada sutil, oh puente

aproximado, inclinado, en una reverencia elemental hendida

por el aire más breve, por el enigma y la devolución de sus lamentos.


Para escuchar el corazón de la piedra completa y sola,

para vencer la declinación de las tardes, mi amigo, deberemos

buscar su compañía, hacia sus colinas suaves, como rellanos del cielo.


Ah, cómo es posible ahora, después de usted, conocer a cada uno de los hombres,

llamarlos Marcelo, llamarlos Hugo, Mario, llamarlos don Luis, Oscar, Raúl,

conocer a los vivos, a los muertos, a los santos, a los tristes, a los héroes sin esperanza.


Para que la libertad no nos pese, no nos duela, mi amigo,

mi atento amigo, mi camarada inquebrantable,

para que podamos vencer los fríos pasajes ávidos,

resistir los lobos de la desesperación, la desesperación de los lobos durante su crisis de sucio fuego,

y probar el amor, intentar la justa distribución de la riqueza solar,

la paz espléndida del firmamento desposado,


reunir los techos, los crepúsculos, los ríos, los temores,

combatir las brigadas del caos, las patrullas mortales del desorden,

deberemos, mi amigo, buscar su compañía, su feroz ternura,


y avanzar en círculo, estallar en generación, abrir el vientre del tiempo,

llenar el aire de gestos azules

dejando deslizar por las heridas de la tierra

un agua pura que abrace para siempre el origen real de todos los nombres.

4 abr 2024

Jorge Luis Borges - Vindicación de la poesía

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Jorge Luis Borges - Vindicación de la poesía

A partir del Renacimiento, las defensas de la poesía constituyen un género literario, que obedece a tácitas leyes. El lector espera, no en vano textos que notoriamente aspiran a ser piezas de antología, un estilo dogmático y efusivo, la exhortación patética y no la persuasión razonable. Tan hondas e instintivas son esas leyes que no estoy demasiado seguro de poder eludirlas y tal vez ya estoy observándolas.

Durante el curso de una vida ya larga, he creído notar que la poesía suscita indiferencia, recelo y una secreta hostilidad. Se la venera, se intercala en el diálogo habitual una que otra cita, se articulan los nombres de Virgilio o de Shakespeare, pero muy pocos la frecuentan. La convención cortés de que en un pasado impreciso todos hemos leído a los clásicos nos exime de leerlos. En este momento ¿cuántos de los amigos de mi lector están leyendo la Odisea? Parejamente, los editores aseguran que nadie compra libros de versos, salvo en el caso de ejemplares de lujo o de obras completas, que son formas ostensibles de vanidad.

Mi sencillo propósito es recordar, con un gasto mínimo de retórica, las virtudes del verso y las insospechadas y accesibles felicidades que puede depararnos. Penetrar en una novela, género preferido de nuestra época, que se dice atareada, es como penetrar en un salón lleno de personas desconocidas. Oímos y aprendemos sus nombres y gradualmente vamos distinguiendo sus rostros y las almas que los habitan. Hay novelistas que enriquecen esas inherentes molestias con otras que les son peculiares: el caos cronológico, la ardua ambigüedad de los pronombres y aun de los nombres, la confusión, en una misma página o párrafo, del presente y de la memoria. Prescindiendo de tales novedades, o perversiones, felizmente no inevitables, queda un hecho esencial: el más o menos largo aprendizaje o, si el neologismo es perdonable, aclimatación, que la novela nos exige. Lo mismo cabe decir del relato, si bien las ceremonias de iniciación duran menos tiempo. En ambos casos —en La guerra y la paz, digamos, o en La humillación de los Northmore— nos hallamos ante otros y tardamos un tiempo en averiguar quiénes son, y finalmente, si no somos indignos de la obra, en comprender que somos esos otros, mejor dicho, que no hay una diferencia fundamental entre nosotros y ellos. En cambio, la poesía (como la música) es el inmediato lenguaje del Espíritu. Consideremos, para mayor imparcialidad, un ejemplo que no es de mi preferencia y que está muy lejos de mis hábitos literarios. El sujeto es el cisne:

Boga y boga en el lago sonoro

donde el sueño a los tristes espera,

donde aguarda una góndola de oro

a la novia de Luis de Baviera.

La repetición del verbo inicial no es afortunada, la palabra sueño es impropia, la semejanza de aguardar y esperar puede ser incómoda, la usura de los años ha gastado los lagos y las góndolas, pero la estrofa sigue siendo, en 1968, un símbolo preciso de nuestra soledad y de nuestras tardes. Más allá de la mera inteligencia, más allá de sus meras operaciones, laudatorias u hostiles, la estrofa de Darío nos confiesa y misteriosamente nos place. 

He alegado un ejemplo casi al azar; pude haber alegado otros de Shakespeare, de Verlaine o de Whitman, y acaso de cualquier otro autor, porque a todo poeta le ha sido dado, siquiera una vez en la vida, escribir el mejor verso del mundo. Ese insondable privilegio nos insta a proseguir. El Espíritu sopla donde quiere.

Mi fácil argumento es, como se ve, de carácter hedónico. ¿A qué abstenernos de los placeres de la poesía, tan accesibles y tan íntimos? Empecemos por los contemporáneos; pronto mereceremos la exploración de las regiones ultraterrenas de la Comedia y el sonido y la furia de Macbeth. Eludamos, al principio, el estudio de los clásicos españoles, cuyo lenguaje tiene connotaciones que no son ya las nuestras; eludamos también a los profesionalmente modernos, que no han pasado por la prueba del tiempo y que pueden ser, apenas, actualidad.

De Quincey dividió la literatura en dos categorías: la del conocimiento, cuyo tema es intelectual, ya que aporta noticias y razones; la del poder, cuyo fin es ennoblecer y exaltar la capacidad de las almas. El arquetipo de esta última es la poesía; desoírla es empobrecernos. Que cada cual la busque donde le plazca; en algún sitio está esperándolo.

En diario La Nación, Buenos Aires, 17 de noviembre de 1968.

2 abr 2024

Carlos Drummond de Andrade - Los hombros que sostienen el mundo

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Carlos Drummond de Andrade - Los hombros que sostienen mundo

Versión: Isaías Garde


Llega un tiempo en que ya no se dice: mi Dios.

Tiempo de absoluta depuración.

Tiempo en que ya no se dice: mi amor.

Porque el amor resultó inútil.

Y los ojos no lloran.

Y las manos tejen apenas el rudo trabajo.

Y el corazón está seco.


En vano las mujeres golpean a la puerta, no abrirás.

Te quedaste solo, la luz se apagó,

pero en la sombra tus ojos resplandecen enormes.

Todo es certeza, ya no sabes sufrir.

Y nada esperas de tus amigos.


Poco importa que venga la vejez, ¿qué es la vejez?

Tus hombros sostienen el mundo

que no pesa más que la mano de un niño.

Las guerras, las hambrunas, las discusiones dentro de los edificios

solo prueban que la vida prosigue

y que no todos se liberaron aún.

Algunos, encontrando bárbaro el espectáculo

preferirían (los delicados) morir.

Llegó un tiempo en que morir no sirve.

Llegó un tiempo en que la vida es un mandato.

Solo la vida, sin mistificación.


Os Ombros Suportam o Mundo


Chega um tempo em que não se diz mais: meu Deus.

Tempo de absoluta depuração.

Tempo em que não se diz mais: meu amor.

Porque o amor resultou inútil.

E os olhos não choram.

E as mãos tecem apenas o rude trabalho.

E o coração está seco.


Em vão mulheres batem à porta, não abrirás.

Ficaste sozinho, a luz apagou-se,

mas na sombra teus olhos resplandecem enormes.

És todo certeza, já não sabes sofrer.

E nada esperas de teus amigos.


Pouco importa venha a velhice, que é a velhice?

Teus ombros suportam o mundo

e ele não pesa mais que a mão de uma criança.

As guerras, as fomes, as discussões dentro dos edifícios

provam apenas que a vida prossegue

e nem todos se libertaram ainda.

Alguns, achando bárbaro o espetáculo

prefeririam (os delicados) morrer.

Chegou um tempo em que não adianta morrer.

Chegou um tempo em que a vida é uma ordem.

A vida apenas, sem mistificação.

Roberto Arlt - El placer de vagabundear

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Roberto Arlt - El placer de vagabundear


Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador. Ya lo dijo el ilustre Macedonio Fernández: «No toda es vigilia la de los ojos abiertos».

Digo esto porque hay vagos, y vagos. Entendámonos. Entre el «crosta» de botines destartalados, pelambre mugrientosa y enjundia con más grasa que un carro de matarife, y el vagabundo bien vestido, soñador y escéptico, hay más distancia que entre la Luna y la Tierra. Salvo que ese vagabundo se llame Máximo Gorki, o Jack London, o Richepin.

Ante todo, para vagar hay que estar por completo despojado de prejuicios y luego ser un poquitín escéptico, escéptico como esos perros que tienen la mirada de hambre y que cuando los llaman menean la cola, pero en vez de acercarse, se alejan, poniendo entre su cuerpo y la humanidad, una respetable distancia.

Claro está que nuestra ciudad no es de las más apropiadas para el atorrantismo sentimental, pero ¡qué se le va a hacer!

Para un ciego, de esos ciegos que tienen las orejas y los ojos bien abiertos inútilmente, nada hay para ver en Buenos Aires, pero, en cambio, ¡qué grandes, qué llenas de novedades están las calles de la ciudad para un soñador irónico y un poco despierto! ¡Cuántos dramas escondidos en las siniestras casas de departamentos! ¡Cuántas historias crueles en los semblantes de ciertas mujeres que pasan! ¡Cuánta canallada en otras caras! Porque hay semblantes que son como el mapa del infierno humano. Ojos que parecen pozos. Miradas que hacen pensar en las lluvias de fuego bíblico. Tontos que son un poema de imbecilidad. Granujas que merecerían una estatua por buscavidas. Asaltantes que meditan sus trapacerías detrás del cristal turbio, siempre turbio, de una lechería.

El profeta, ante este espectáculo, se indigna. El sociólogo construye indigestas teorías. El papanatas no ve nada y el vagabundo se regocija. Entendámonos. Se regocija ante la diversidad de tipos humanos. Sobre cada uno se puede construir un mundo. Los que llevan escritos en la frente lo que piensan, como aquellos que son más cerrados que adoquines, muestran su pequeño secreto… el secreto que los mueve a través de la vida como fantoches.

A veces lo inesperado es un hombre que piensa matarse y que lo más gentilmente posible ofrece su suicidio como un espectáculo admirable y en el cual el precio de la entrada es el terror y el compromiso en la comisaría seccional. Otras veces lo inesperado es una señora dándose de cachetadas con su vecina, mientras un coro de mocosos se prende de las polleras de las furias y el zapatero de la mitad de cuadra asoma la cabeza a la puerta de su covacha para no perder el plato.

Los extraordinarios encuentros de la calle. Las cosas que se ven. Las palabras que se escuchan. Las tragedias que se llegan a conocer. Y de pronto, la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser una arteria de tráfico con veredas para los hombres y calzada para las bestias y los carros, se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario grotesco y espantoso donde, como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal.

Porque, en realidad, ¿qué fue Goya, sino un pintor de las calles de España? Goya, como pintor de tres aristócratas zampatortas, no interesa. Pero Goya, como animador de la canalla de Moncloa, de las brujas de Sierra Divieso, de los bigardos monstruosos, es un genio. Y un genio que da miedo.

Y todo eso lo vio vagabundeando por las calles.

La ciudad desaparece. Parece mentira, pero la ciudad desaparece para convertirse en un emporio infernal. Las tiendas, los letreros luminosos, las casas quintas, todas esas apariencias bonitas y regaladoras de los sentidos, se desvanecen para dejar flotando en el aire agriado las nervaduras del dolor universal. Y del espectador se ahuyenta el afán de viajar. Más aún: he llegado a la conclusión de que aquel que no encuentra todo el universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo. Y no las encontrará, porque el ciego en Buenos Aires es ciego en Madrid o Calcuta…

Recuerdo perfectamente que los manuales escolares pintan a los señores o caballeritos que callejean como futuros perdularios, pero yo he aprendido que la escuela más útil para el entendimiento es la escuela de la calle, escuela agria, que deja en el paladar un placer agridulce y que enseña todo aquello que los libros no dicen jamás. Porque, desgraciadamente, los libros los escriben los poetas o los tontos.

Sin embargo, aún pasará mucho tiempo antes de que la gente se dé cuenta de la utilidad de darse unos baños de multitud y de callejeo. Pero el día que lo aprendan serán más sabios, y más perfectos y más indulgentes, sobre todo. Sí, indulgentes. Porque más de una vez he pensado que la magnífica indulgencia que ha hecho eterno a Jesús, derivaba de su continua vida en la calle. Y de su comunión con los hombres buenos y malos, y con las mujeres honestas y también con las que no lo eran.

En Aguafuertes porteñas

1 abr 2024

Isaías Garde - Lectura y comentario del cuento "Eine Kleine Nachtmusik" de Marco Denevi

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